En ocasiones, transportarse en el servicio de
Ómnibus Urbanos en Santiago de Cuba se torna una experiencia desagradable. Resulta
que ahora, a la larga espera de la ruta, las habituales colas tumultuarias, y la
incomodidad que provoca viajar en un carro atestado, se suma la mala educación de
usuarios y choferes, que convierten la estancia en la guagua en una verdadera odisea.
Como en la antigua arena romana, pululan los
gladiadores, y no me refiero a esos que en un santiamén le sacan la billetera
del bolsillo o sustraen cuantos objetos se les ocurra de bolsos y carteras.
Hablo de los que encuentran en el ómnibus el escenario propicio para descargar
su ira, lo mismo con el conductor que con los pasajeros, apelando a las más
burdas amenazas e incluso a los puños.
Sin embargo, el colmo del desorden es que
mucha gente aborda el carro por la puerta trasera sin respetar la cola. Esto
influye en que cerca del 20% de los pasajeros no paguen el viaje -según estimados
de la dirección provincial de Transporte.
Son frecuentes las “cantatas” de individuos ebrios
y el traslado de tanquetas, sacos y otros elementos no autorizados a
transportar; tampoco faltan los que se apropian de los asientos destinados a
embarazadas y discapacitados, algunos
incluso se enfurecen si alguien le reclama. Tal parece que la caballerosidad y la
cortesía, en las guaguas “pasaron a mejor vida”.
Aún cuando el panorama en el ómnibus a veces
es deplorable, en calles y paradas peligros mayores atentan contra la
prestación del servicio, vital para el pueblo.
En este sentido, Leonardo Díaz, director
provincial de Transporte, asegura que “muchos de los carros han sido apedreados
en disímiles puntos de la ciudad y además algunas rutas han tenido que detener
su itinerario por bloqueos en la vía con piedras y palos, ocasionados por individuos
que fuera de parada intentan abordar la guagua incluso por las ventanillas.”
Contado de esta manera parece una historia de
ficción, pero no, es otra de las tantas indisciplinas sociales que afectan al
sector de Ómnibus Urbanos, ocurridas fundamentalmente en las zonas del litoral,
El Cobre, Siboney y El Cristo.
Este cuadro, a lo sumo caótico, empeora si
tenemos en cuenta la actitud irresponsable de choferes que acostumbran a parar
fuera de ruta, maltratar a los usuarios, incumplir los itinerarios y no prestar
atención a la conducción del vehículo por estar conversando con pasajeros. Los
mismos que a veces transitan a una velocidad excesiva,
sobre todo a altas horas de la noche; se reincorporan de forma intempestiva al flujo vehicular
al salir de las paradas y al detenerse obstaculizan la circulación normal del
tránsito.
Con estas conductas, además de alterar el
orden público, algunos ocasionan daños a un servicio generalmente deficiente
por la falta de equipamiento, combustible y piezas de repuesto. Tal es así que
en la provincia se han registrado en este año, 54 agresiones, cuyos resultados
son roturas de puertas, ventanillas, parabrisas y lunetas a los ómnibus.
Por eso urge convenir una estrategia entre
inspectores del transporte urbano y la
PNR, para poner freno a los desmanes de choferes y ciudadanos.
Es imposible aspirar a la mejora de un sector tan sensible sin el aporte de
todos.
Los santiagueros hemos caído en un círculo
vicioso en el cual las indisciplinas sociales atentan contra la conservación de
los vehículos y el compromiso de los conductores con el servicio, lo que a su
vez genera insatisfacción en la gente.
Aún es insuficiente la disponibilidad de equipos,
y esto impide cubrir las demandas de traslado de personal en todas las rutas de
la ciudad. De ahí que contribuir al cuidado de los carros no sea solo un acto
de civilidad, sino la mejor manera de mantener un servicio del que todos nos
beneficiamos.
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